Sobre el Equilibrio y las Emociones

Hay historias que llegan a ti en el momento justo, como si fueran señales. Reflexiones que conectan con algo dentro de ti y te invitan a ver la vida de otra manera. Hace años, escuché unas palabras que cambiaron mi forma de entender el equilibrio emocional, y desde entonces, han ido resonando en cada una de mis vivencias. Hoy quiero compartir una de mis reflexiones contigo.

Como decía, hace años vi un vídeo de Hovik Keuchkerian, conocido como Bogotá por su papel en ‘La Casa de Papel’. En ese vídeo hablaba de una persona que le dijo lo siguiente: “El equilibrio no es una línea, son dos. Las tuyas están muy alejadas la una de la otra. Entonces cuando subes al cielo, te sientes Dios. Y cuando caes, bajas al infierno. Tienes que empezar a trabajar para que esas líneas se junten lo máximo posible y tu vida transcurra entre esas dos líneas. De manera que cuando subas no subas tan a los cielos, y cuando bajes no bajes tanto a los infiernos. Equilibrio es una palabra singular pero son dos líneas porque tiene que haber movimiento.”

Recuerdo que ese vídeo me voló la cabeza. Me sentí muy identificado. Tanto que incluso lo comenté con mi psicólogo y lo trabajamos. Ser capaz de vivir tranquilo, de no llevar a los extremos las emociones y los pensamientos, esos que no se pueden controlar. No magnificar nuestras vivencias, tanto las positivas como las negativas. ¿Ganas? Genial. ¿Pierdes? Levántate y vuelve a intentarlo. Haz lo que dependa de ti y pon el esfuerzo en las cosas que dependen al 100% de ti. El resultado no es una de ellas.

Resulta que unos años después de ver ese vídeo, escucho en el podcast “Lo que tú digas” de Alex Fidalgo un episodio súper interesante con Fabián C. Barrio. En él, Fabián, cuenta la fábula del Rey Salomón. Sí, la comentaré ahora, espera. Pues bien, por casualidades de la vida, supongo, mi gran amigo Jorge Chanza me recomendó el libro “El Regalo” de Eloy Moreno. Y resulta que en él también aparece la fábula. Dice así:

“El Anillo del Equilibrio”:

Había una vez un rey que no era capaz de mantener el equilibrio entre la alegría y la tristeza. Cuando algo bueno le sucedía lo celebraba de forma exagerada, pero cuando algo malo le ocurría se pasaba muchos días sin ganas de hacer nada.

Harto de esta situación, prometió mil monedas de oro a quien fuera capaz de fabricar un anillo que le ayudara a tolerar mejor las malas situaciones y a no celebrar de forma tan exagerada las buenas. Un anillo para encontrar el equilibrio en sus emociones.

Durante semanas pasaron por palacio todo tipo de personas: famosos joyeros, magos, artesanos… Todos ellos le trajeron centenares de anillos distintos, pero ninguno era capaz de proporcionar al rey el equilibrio que necesitaba.

Cuando habían pasado ya casi dos meses y todos se habían dado por vencidos, llegó al reino un viajero que solicitó un encuentro con el rey.

—Majestad —le dijo—, tengo aquí el anillo que necesitáis. A mí me ha servido desde hace años para mantener el equilibrio en todo momento. Cada vez que me encontraba muy triste o muy alegre, lo observaba durante unos minutos. Tomad.

El rey, nada más cogerlo, se dio cuenta de que era un simple anillo de bronce, sin ningún valor económico aparente y sin ninguna característica especial, hasta que, de pronto, se quedó mirando las tres palabras que había escritas en su superficie. Las leyó, sonrió y se lo puso.

—Gracias, viajero, este es justo el anillo que necesito.

Y dirigiéndose a todos los cortesanos, exclamó:

—Este hombre ha traído el anillo que tanto tiempo he estado buscando. Un simple anillo de bronce, un anillo que tiene tres palabras escritas, las mismas tres palabras que quiero a partir de ahora se incluyan en mi escudo real: “Esto también pasará.”

Es posible que a ti no te haya resonado tanto como a mí. Pero yo, en el momento que leí eso, sentí algo especial. Una señal. No lo sé. Me sentí totalmente identificado con estas situaciones. Cuando me siento feliz y me pasan cosas buenas —o mejor dicho, interpreto esas vivencias como cosas buenas—, parece que toco el cielo. Y cuando me siento triste y todo lo que ocurre es negativo —repito, así lo interpreto—, le hago compañía al diablo en el mismísimo infierno.

Por eso, si eres como yo, una persona no solo sensible a nivel relaciones con los demás, sino especialmente contigo mismo, tus emociones y pensamientos, quiero compartir esto contigo. Porque pases por lo que pases, tanto sean cosas maravillosas como horribles, esto también pasará.

Valora cada momento bonito. Vívelo en ese mismo momento, disfrútalo, saboréalo y sé consciente. Porque esto también pasará. Y si por lo contrario estás lidiando con un mal momento personal, familiar o de lo que sea, intenta llevarlo de la mejor manera posible. Porque de una forma u otra, esto también pasará.

Recuerda, más allá de las nubes siempre estará el sol.

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